Antropología y perspectiva en primera persona
Únicamente quienes han vivido un ingreso psiquiátrico en su propia piel comprenden qué significa este tipo de encierro. Ni siquiera el personal sanitario de una planta de Psiquiatría está en condiciones de asimilar la trascendencia y el tipo de vivencia de un ingresado. Nunca pensé que yo, como antropóloga, llegaría a decir algo así. El trabajo etnográfico que realiza la antropóloga implica reconocer la posibilidad de comprender a las otras, a la diferencia, a las personas que colaboran para que la investigadora entienda lo que sea que deba entender e interpretar. Su objeto de estudio, vaya. Bien es cierto que el adiestramiento etnográfico, la formación antropológica distingue entre «comprender» y «comprender». Al escribir esto tengo la sensación de adentrarme en un jardín que me desvía totalmente del tema de este escrito. A pesar de ello, intuitivamente me siento empujada a dejar claro que la «comprensión» de la antropóloga no pretende en modo alguno reproducir la «comprensión» de las personas con las que trabaja. No las confunde, pero no por ello renuncia a la posibilidad de comprender otras «realidades». La antropóloga focaliza su mirada en una problemática, configura un objeto de estudio y produce material empírico para analizar. Se centra en aspectos socioculturales, sobra decirlo (¿o no?).
Y, sin embargo… reivindico la necesidad de vivir la experiencia del encierro psiquiátrico (y el proceso de psiquiatrización en general) en primera persona para comprender… y poder expresar a otras lo que desde fuera nunca será accesible como objeto de estudio. Al menos, me parece que el alcance será siempre limitado y su interés será moderado. Me refiero únicamente a ciertos procesos sociales, ciertas experiencias y problemáticas sociales vinculadas a la locura y a la psiquiatrización. No echo por tierra, ni mucho menos, la aportación general de los estudios de la antropología médica. Y nunca dejaré de recomendar el libro de Ángel Martínez Hernáez, Antropología médica, como una introducción interesantísima a la disciplina.
Pero yo estoy loca. Ahora formo parte de las filas del OrgulloLoco, soy parte del trastornariado y soy una psiquiatrizada en lucha. He estado ingresada en agudos de Psiquiatría tres veces desde el 2016, además de haber vivido otras situaciones psiquiatrizantes. Percibo matices que escapan inevitablemente a alguien externo. Igual que mis compañeras psiquiatrizadas, independientemente de sus formaciones académicas u ocupaciones laborales.
Con todo, la antropología se esfuerza por aprehender lo dado por sentado, lo implícito, lo no-consciente (que no inconsciente), lo naturalizado, lo normalizado de los procesos sociales. Considero que esta es una de sus grandes aportaciones, y no es precisamente menor. Pero no concibo una investigación social que no se posicione políticamente. Ya no. Hemos aprendido mucho de errores pasados: de los vínculos de las primeras etnografías con los intereses colonialistas, de los estudios feministas y la perspectiva decolonial… Yo explicito mi posición política. Y aquí realizo un experimento autoetnográfico.
Hablo como trastornada, psiquiatrizada, en primera persona pero sin perder de vista mi formación antropológica. Si mis escritos no parecen tan rigurosos o válidos para la antropología como debieran se debe a que soy consciente de que estoy escribiendo en un blog. Me esfuerzo por escribir de la forma más accesible posible para que (casi) cualquiera pueda entender qué demonios quiero decir. Supongo que no siempre lo consigo. Igual que Bourdieu y compañía enfatizaban la importancia de la vigilancia epistemológica, yo hago hincapié en la necesidad de la vigilancia narrativa. Los saberes no pueden permanecer custodiados por una élite de egos académicos. Creo que es una exigencia ampliar los límites de lo investigado. El verdadero reto es lograr hacerse entender para alguien sin formación en ciencias sociales. La vigilancia narrativa me parece mucho más complicada que la vigilancia epistemológica.
¡Hay que encerrar a las locas!
Como todo el mundo sabe, la planta de Psiquiatría está cerrada con llave para que los pacientes no se puedan escapar. Lógicamente, son personas que no están en su sano juicio y es preciso protegerlas de sí mismas en la unidad de agudos. Para contenerlas. Igualmente, es de sobra conocido que a algunas personas hay que obligarlas a ingresar, forzando su voluntad y de ahí que en ocasiones deba intervenir incluso la policía (o los guardias de seguridad del propio hospital). No hay más remedio que ingresarlas de forma involuntaria por su propio bien. ¡No se puede razonar con locas! La sociedad sabe que pueden ser peligrosas y su internamiento urge para que el tratamiento psiquiátrico y el aislamiento social restaure su desequilibrio. Dentro, en esa unidad hermética, están a salvo ellas y, afuera, las personas cuerdas. Seguro que al principio algunas escupen la medicación, lían al personal y se intentan escapar. Hasta que no tomen la medicación no se podrá razonar con ellas. En algunas ocasiones habrá que recurrir a la contención mecánica (atarles a la cama) debido a su enajenación mental y agresividad, o su rebeldía frente al tratamiento.
¿…O no?
Pues va a ser que no. Vamos a darle la vuelta a la tortilla. ¿No resulta extraño que únicamente esta planta esté cerrada con llave? ¿Cómo es que se interviene violentamente sobre las locas «por su propio bien» y por su peligrosidad?, ¿estamos seguras de que son personas peligrosas o tal vez no sepan las demás cómo lidiar con una loca en crisis? Sobre si es apropiada la intervención policial, me remito a mi anterior entrada: Intervención policial e ingresos involuntarios. Supuestos enfermos intervenidos, violentados, obligados a la hospitalización. Encerrados en una planta preparada para posibles fugas. ¿Nos podemos parar a pensar en la situación extraordinaria de este modelo de ingreso hospitalario?
¿Somos capaces de hacernos cargo de lo anómalo del ingreso y tratamientos psiquiátricos? ¿Por qué la planta de Psiquiatría es tan diferente al resto de unidades hospitalarias? No… no sirve eso de que «ha perdido el juicio» y no atiende a razones. La psiquiatrización ejerce un control sobre lo desviado, lo anormal (lo no-normativo). La institución psiquiátrica invalida la experiencia de la persona trastornada. La mayor parte de la sociedad no sabe tratar con personas en crisis psíquicas. Considero a la psiquiatría como un dispositivo de poder disfrazada socialmente como especialidad médica. Muchas veces se suele decir que «es la sociedad la que está enferma», pero no se suele ir más allá. ¿Qué enfermedad?, ¿puede la locura constituir una vía hacia la sanación? Sobre ello escribí en La dimensión revolucionaria de la locura. Más allá de la lucha contra el estigma.
Si aceptamos «pulpo como animal de compañía», estaremos realizando una ruptura con lo que se da por hecho, por normal y/o normativo. Pero para constatar que hemos realizado tal ruptura es preciso pensar en las trastornadas, la policía, los ingresos, etc., desde una óptica totalmente distinta. Debemos extrañarnos de todo. Apreciar que las «peculiaridades» de la unidad de Psiquiatría puede que tengan más que ver con la evacuación social de la diferencia psíquica-cultural y no tanto con aquello de «es por su bien». El ejercicio es difícil, pero merece la pena intentarlo. Es un primer paso para dejar de considerar a la locura como enfermedad. Tendremos que extrañarnos verdaderamente de que las ingresadas tomen psicofármacos de forma obligatoria, que las visitas estén restringidas y las salidas sean concedidas como «permisos» en función de tu «evolución».
¡Obligar a consumir psicofármacos! Si has conseguido realizar el ejercicio de ruptura, deberías escandalizarte: el paciente no puede decidir sobre su propio tratamiento. Y, en ocasiones, ni siquiera le informan de qué medicación le están dando.
Rompamos con nuestro «sentido común», obliguémonos a pensar. Esto es grave. Y mucho. Y si no apreciáis la gravedad, habréis fracasado al intentar hacer el ejercicio de ruptura.
Pensar, reflexionar es (pre)revolucionario. Ahí lo dejo…
Categorías:Reflexión política
Creo que justamente es la “locura” lo único que no puede ser psiquiatrizado. La persona puede ser psiquiatrizada, pero no su locura. EN mi caso, fue mi locura la que me permitió des psiquiatrizarme, des estigmatizarme y des medicalizarme. Solo la potencia impulsiva, creativa y disruptiva de la locura, tiene la fuerza neecsaria para lograr materializar esos procesos.
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Recuerdo mi última terapia, tenía este hombre en terapia grupal, y como nos hechaba bronca a mí y otra chica por no cooperar “este es un espacio seguro, habla”, era mi tercer terapia y él se molestaba porque no hablaba de mi transtorno, porque me resistía a responder sus preguntas, un espacio seguro? hombre que es que todo lo que sale de mi boca dices que está mal, que mi compañera se quebró y entre sollozos contó sus secretos y tú con esta otra compañera ya “curada” no hacías más que rodar los ojos y decirle que cambiará de idea, que todo en ella estaba mal, cuál espacio seguro?! si decía que todas mis ideas eran incorrectas porque estaba enferma, que debía cambiar porque no era sano como era, como actuaba, incluso mis gustos propios eran prueba de mi transtorno.
De los cinco psiquiatras y psicólogos que me veían en ese momento solo dos me trataban como alguien, sin invalidarme, sin hacerme sentir aún más rara, aún más ajena.
Toda mi vida me sentí diferente, pero nunca lo vi mal hasta que los demás comenzaron a señalar que era “malo”, mis primeros años me avergonzaba terriblemente por ser diferente y luego me preguntaba, malo según quién? diferente según quién? tenía esta psicóloga que me gritaba porque no me gustaba salir de fiesta, ¡sal, escápate de tu casa, vive! y comencé a odiar mi tiempo de terapia con ella a pesar de que antes de ir era su tiempo el que más esperaba con ansias, me daba terapia de arte, “mira si te haces, tienes talento, solo quieres que te lo digan verdad?” me decía después de algunos trabajos, pero si me aterra aún hoy en día la gente, que observen mis escritos o mis trabajos.
Era un calvario porque terminaba sintiéndome más enferma, más diferente, más alejada de todos.
Sigo intentando descubrir quién soy dentro de mis pensamientos, dentro de mis acciones, de lo que se espera que haga y lo que se espera de mi transtorno (porque según algunos psicólogos ni allí encajo del todo), de nuevo gracias por el escrito y este espacio para darme cuenta que no estoy tan perdida.
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