Desmotivación,temor y sinsentido

Hace mucho tiempo que no escribo aquí. En realidad, he dejado de escribir en general. Algunas sabréis que llevo bastante tiempo sin hacerlo. Tengo este blog prácticamente abandonado, a pesar de que desearía mantenerlo activo. No voy a entrar en los motivos y circunstancias que han influido en ello. En otras entradas tenéis pistas sobre ello.

Esta vez mi intención es muy simple y con pocas pretensiones. Quisiera transmitir algunas sensaciones ligadas a mi estado actual. Si me encontrara en condiciones, me encantaría escribir varias entradas sobre temas que tengo pendientes: el cuerdismo (algo más desarrollado y por visibilizar esta forma de dominación que es eclipsada por el capacitismo, muy en boga); una aclaración sobre mi perspectiva hacia las etiquetas diagnósticas (me parece que después del texto sobre mi posible autismo, debo reiterar y clarificar mi perspectiva sobre esta cuestión); abordar la psicología y su papel en el «dispositivo psi» o psistema (dado el centralismo en la crítica a la psiquiatría y la prácticamente acrítica hacia la psicología, aunque lo he esbozado aquí); y otras cuestiones que tengo en mente que no enumero para no extenderme más.

Hoy voy a dejar de lado lo que suelo considerar «importante». Quizá se trate de un momento de transición, mas desde luego no una ruptura con el estilo general del blog.

El asunto: no estoy bien.

DESMOTIVACIÓN

Hace unos años, mi única motivación (real o ficticia, esta es otra arista del problema) era la trayectoria académica. Licenciatura + licenciatura + máster + doctorado con contrato predoctoral. Durante mi periodo de contrato, pasé por dos fases largas de Incapacidad Temporal (una de año y medio; otra de un año). Finalmente, he decidido renunciar al contrato. El INSS me dio de alta, a pesar de las indicaciones de mi psiquiatra en su informe. Su valoración era que yo no me encontraba en condiciones de reincorporarme al trabajo. Con el alta laboral pero sin capacidad para trabajar, decidí renunciar al contrato. Podría haber optado por alargarlo hasta que me despidieran más adelante. Sin embargo, mi sentido ético unido a un fuerte rechazo emocional hacia el doctorado se aliaron para hacerme sentir que no tenía más alternativa que renunciar a mi única fuente de ingresos.

Tarde o temprano habría sucedido. De una forma u otra mi lazo con ese contrato pendía de un hilo. Yo aceleré el proceso. Eso sí, tomando una decisión tremendamente dolorosa. La cual sabía dónde desembocaba, en nada bueno en un principio. La sensación de sentirme perdida en la vida, la inseguridad frente al mundo laboral (más allá de los muros de la Academia), el miedo a no encontrar trabajo (¡de por vida!), la autoconcepción de ineptitud… Un conglomerado de emociones negativas cuya forma de manifestarse no sabía prever aunque, con total seguridad, me iban a dar guerra.

Efectivamente, la desmotivación y desesperanza comenzaron paulatinamente a envolverme, estrujándome cada vez un poco más. No me siento capaz de trabajar. No imagino en qué podría trabajar. No me motiva prácticamente nada. Y, aunque son sensaciones conectadas con el ámbito laboral, permean el resto de ámbitos de mi vida. No me motiva hacer cosas (ni siquiera sé qué cosas querría hacer); no logro recuperar una rutina (de lectura, escritura, actividades) que me haga sentir en sintonía con una energía cotidiana necesaria para alimentar mi ánimo, mi físico. Y lo peor de todo, la desmotivación se acomoda a sus anchas en una vida «vacía».

Para ser justa, debo matizar que existen algunas cosas que me mantienen con vida y compensan (a veces bastante) el estado que he descrito. Sobre todo, personas valiosísimas que me rodean, me quieren y me apoyan; así como yo a ellas. Aunque también algunas otras «pequeñeces», como el disfrute de ciertos momentos, libros, películas o series, paseos o conversaciones… Me hace sentir culpable estar desmotivada a pesar de contar con ellas. Pareciera que no son lo suficientemente buenas como para que me encuentre realmente bien. No obstante, y por desgracia, no funciona así.

Desde hace un tiempo tengo frecuentes dolores de cabeza y náuseas (en menos ocasiones, fatiga), así como momentos de ansiedad, fuerte agobio y apatía. Ya no me molesto en acudir al médico de cabecera porque sé de antemano su juicio: todo está generado por nervios, ansiedad generalizada, estrés o depresión. Estoy hasta el moño de que cualquier malestar que tenga se deba «a los nervios» y de que se me recete hacer deporte, confiar en que volveré a encontrar motivación en alguna otra cosa o consejos en esta línea. Estoy mal. Pero algún día superaré esto. Lo menciono aquí porque el estado anímico y físico (perdón por la escisión) que padezco me supone un obstáculo más para combatir la desmotivación.

Hace semanas que me propuse una labor bastante sencilla: ordenar y hacer limpieza de casa. Desprenderme de objetos que no necesito, donar la ropa que no uso y que siento que me invade, colocar mejor los muebles… De pronto me agobia muchísimo la casa. He sido capaz de hacer una semi-limpieza de algunos cajones. La apariencia de la casa no es muy diferente. El mismo agobio… un agobio que me paraliza incluso al intentar ponerme a organizar. Me he propuesto metas pequeñas y factibles: un cajón o un estante cada día, organizar pequeños espacios cada vez… Resultado: microproyecto paralizado. Llevo semanas con dolores de cabeza y náuseas constantes. ¿Desmotivación? Creo que algo tiene que ver.

 

TEMOR

Siento un miedo incisivo y penetrante a mi futuro laboral. Sé que lo he mencionado ya a propósito de la desmotivación. Sin embargo, este miedo posee una entidad propia, se autonomiza de alguna manera muy perjudicial. Podría tratarse de un miedo razonable: el no tener trabajo desde hace poco, el necesitar cambiar de «nicho laboral», la incertidumbre sobre mis propias posibilidades laborales, la precariedad del mercado laboral… Contextualizado, el miedo puede relativizarse y afrontarse como una fase temporal que, probablemente, más adelante se irá evaporando (no sin dejar cierto poso con el que la mayoría de la gente convive como puede).

No creo que mi miedo pueda calificarse como razonable. No se trata de un temor nuevo que ha emergido por las circunstancias. Al menos no totalmente. Por desgracia, he convivido con él desde hace mucho… hasta donde alcanza mi memoria. Desde luego, guarda relación con no haber tenido ni idea de hacia dónde orientar mi vida. Ni idea… en mi puta vida. Así que el futuro siempre me ha provocado auténtico pavor. Por favor, no penséis que me refiero a algún cierto miedo al futuro que «todas las personas» sienten en algún momento de su vida, o de forma constante pero que consiguen controlar y contener. He aquí una vez más la diferencia que marca el «ellas» (cuerdas) y el «nosotras» (trastornadas): en mi caso, por ejemplo, este miedo ha desencadenado (sin ser la única causa) varios intentos de suicidio fallidos pero bastante graves (de UCI y pensando: «¿se despertará con lesión cerebral?»). [Mis historias suicidas las encontráis aquí y aquí ]. Menciono los intentos autolíticos como la punta del iceberg, aunque no es la única distinción de la forma de «su miedo» y el de «nuestro miedo». Confundir ambos y pensar que nuestro miedo es igual que el suyo es cuerdismo. (¡Que no, que no todos los sufrimientos psíquicos son iguales! No te compares con nosotras… es agotador, invalidante, invisibiliza la desigualdad de los sufrimientos y, además… no me da la gana tener que explicar continuamente mi vida para que entiendas (si llegas a aceptarlo) que no se puede meter todo en el mismo saco. Por supuesto, no es una competición de ver quién ha sufrido más. Se trata de que no frivolices ni valores (a tu modo) mi sufrimiento. Por favor, dejad de hacer esto… es realmente insultante, a la vez que opresivo.)

El miedo vinculado al futuro laboral o, más bien, a la idea de ausencia de futuro laboral, se relaciona inevitablemente con lo monetario. No tener trabajo y pensar que no se va a conseguir trabajo desatan, desde luego, una notable sensación de inutilidad. Pero yo diría que la perspectiva de no tener ingresos, de ser pobre (ya no precaria) genera una preocupación mayor. Básicamente porque nuestro sustento depende del dinero. Yo cuento con algunos ahorros, con un colchón familiar y su ayuda en caso de necesidad. Esta situación debería amortiguar, al menos un poco, la amenaza de quedarse sin dinero para sobrevivir. Al pensarlo racionalmente, es así. Sin embargo, la guerra que te dan la ansiedad, el bajón anímico, la angustia… no casan bien con el pensamiento racional. Siguen una lógica diferente, emocional (que no irracional). Algunas personas logran que la razón condicione la emoción, es decir, que ambas lógicas no son autónomas y se interrelacionan modulando una u otra, tal vez al mismo tiempo. Por lo general, así es. Mi mala suerte es que, por lo visto, soy una persona que desde hace mucho tiempo sufre cierta disociación entre la razón y la emoción. Por supuesto, no en todos los asuntos ni de manera constante. Aunque sí en ciertos aspectos vitales (habitualmente bastante cruciales o significativos). Esta es otra de las problemáticas relacionadas con los intentos suicidas que mencioné. Quizá no he explicado suficiente esta disociación, pero he intentado abordarla en alguna otra entrada antigua y no me detengo ahora en ella porque me iría por las ramas. En caso de que no la haya explicado suficientemente bien en textos antiguos, trataré de escribir sobre ella en el futuro (pues merece una entrada propia).

 

SINSENTIDO

No resulta necesario explicitar que la desmotivación y el temor constituyen un caldo de cultivo idóneo para que campen a sus anchas los pensamientos intrusivos sobre la falta de sentido de tu vida. Se podría (y, probablemente, se debería) cuestionar la noción de «un sentido de la vida». Este concepto es un arma de doble filo que puede servir como un soporte de algunas vidas al tiempo que es capaz de arruinar otras vidas. En cualquier caso, aquí me resulta indiferente ese debate. Porque, como he dicho, en esta entrada solo pretendo expresar sensaciones que me dañan últimamente.

Cuando no tienes trabajo, ni un plan para conseguir uno, y además estás a la espera de entrar en un CRL (Centro de Rehabilitación Laboral) en el que depositas tus esperanzas de (empezar a) resolver el problema pero pasan los meses y no te llaman… Cuando te levantas por las mañanas sin nada que hacer y con escasas ganas de hacer algo, o te duermes pensando el rechazo que te produce pasar los días sin hacer nada «de provecho» (ya sea trabajo, ya sea una afición o vida social), con el amargo sabor de sentir estar desperdiciando el tiempo (no solo los días, las semanas o los meses, sino también los años). Cuando querrías ser una de esa clase de personas que encuentran motivación en dedicar su tiempo a diversas actividades (deportes, artesanía, cursos, proyectos vitales, voluntariados, militancia política… ¡lo que sea!) pero no lo eres y te machacas preguntándote dónde diablos se esconde tus intereses (¡por lo que sea!, pero algo… y a poder ser que sea capaz de mentener a lo largo del tiempo. Quizá lo pida para Reyes o mi cumpleaños. Que alguien haga magia, por favor…). Cuando sabes de sobra que no eres una persona vaga ni perezosa, sino que la desmotivación y el miedo conspiran contra tu voluntad, contra tu «maquinaria de deseo» (deseo en sentido amplio, no sexual)… y acabas inmóvil, hasta el punto en que el sofá parece una extensión de ti misma e, incluso, te duele el culo de estar sentada. La presencia de las situaciones mencionadas (y unas cuantas más que omito porque son una pesadilla sin fin y tampoco deseo amargar a nadie) te trasladan fácilmente hacia la angustia existencial por excelencia: la del sinsentido.

Un sinsentido que, como he sugerido, no deriva de una reflexión filosófica. Sino que, igual que el escuchar voces o el pensamiento intrusivo de suicidio, adquiere la forma de una percepción, sensación o emoción (al gusto del consumidor del sinsentido) que no se borra analizando «racionalmente» el (sin)sentido de la vida. Eso no sirve de nada, yo misma racionalizo lo que me sucede y no consigo que se desactiven (aaaay… los terapeutas casi me convencen que analizar tus cosillas es el primer paso para cambiarlas. Esto debe figurar en alguna Biblia de profesionales «psi», pero me da la sensación de que no funciona mucho… Eso sí, la pasta que te dejas mientras tanto ellas consideran que se ajista a su trabajo). Igual que alguien que intenta acabar con su vida no es probable que pueda deshacerse de las ideas suicidas a base de críticas «racionales» (excepto los casos de suicidio por convicciones existencialistas, que los hay… Y como fenómeno me parece muy sugerente: ¿qué diferencia a una suicida «loca» de una suicida «existencialista»? Lo dejo como posible tema para otro escrito, no sé si esto es de interés o soy a la única a la que le gustaría reflexionar un poco sobre esto).

 

No quiero extenderme más. Lo cierto es que lo que he escrito no se corresponde del todo con lo que querría haber transmitido. La falta de hábito en la escritura y la confusión emocional en la que me encuentro no ayudan demasiado. Probablemente este texto no sea demasiado útil, tampoco destaca su redacción y estilo, y el contenido no es demasiado interesante ni consigo transmitir del todo lo que siento. A pesar de ello, lo publico. Este blog no está pensado ni para visitas masivas ni para monetizarse. En general, no está demasiado pensado (confesión: ahora odio el nombre y querría cambiarlo). Pero es mi pequeño espacio. Publico esto y quizá dentro de unos cuantos meses lo vuelva a leer y escriba (para mí o para el público) sobre sensaciones distintas. Presumiblemente positivas, claro.

Si algo he aprendido este año es que puedo mejorar. Empecé el año en un infierno, se alargó unos cuantos meses… y sin percatarme empecé a encontrarme mejor. A pesar de que estos sentimientos (desesperanza, temor, sinsentido) me acompañen, su intensidad se puede domesticar. Y hoy los contemplo como un estado que puede ser pasajero. ¿Por qué no? Y si no… como digo en ocasiones: peor que como estuve no puedo volver a estar.



Categorías:Auto-reflexión, Narraciones

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5 respuestas

  1. Gracias por compartir aquello que lo demás tenemos miedo de expresar.
    No solo entiendo lo que transmites sino que en mi caso puedo afirmar que se exactamente lo que sientes
    Ánimo, saldremos de esta. Y sobre todo agradezco esas últimas palabras que me dan un poco de esperanza, ¡peor no puedo estar!.

    Un abrazo

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  2. la temporada que pasé en el infierno me enseñó que lo fundamental en la vida no es otra cosa que las “ganas de vivir”. Da igual que forma tomen esas ganas de vivir; da hasta igual lo que uno haga en la vida, qué pone en su biografía. (Bio-grafía: escritura de la vida: vida escrita. Bah, chorradas!) Eso no es más que la forma que toman los “resultados” de las ganas de vivir y hacer cualesquiera cosas. El infierno me enseñó que lo peor (el fuego de ese infierno) era no tener ganas de nada. Anhedonia, le llaman en dialecto pedante. Yo creo que algunas preguntas sin respuesta (¿quién soy?, ¿qué sentido tiene mi vida?) no son nada “naturales”, sino consecuencia de la pérdida del gusto por la vida.
    en fin, no sé qué te aporto con esto, la verdad. Creo que no hago otra cosa que traducir a mi lenguaje lo que tú cuentas de tu gran sufrimiento.
    pero lo que escribes tiene un grandísimo valor, eso es lo que quiero transmitirte, Elena. Paradógicamente, del negro túnel donde estás brota mucha luz, que es muy útil para mucha gente.
    muchos ánimos!

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  3. Yo también me encuentro en una situación semejante,en cuanto a lo de sentirme inútil por no hacer nada, pero ya lo he superado:en realidad no debemos nada a nadie y la mayoría de trabajos son esclavizantes,por ello mejor pasar sin trabajo,aunque es bueno tener gente con la que compartir el tiempo y unas risas,cosa que tampoco suelo disfrutar pues soy muy antisocial y solo me relaciono con dos amigos, aunque tengo todavía a mis padres,que me sustentan ya que les quedó una buena jubilación por ser funcionarios y también cobran mi pensión por hijo a cargo,por lo que me permito pedirles dinero cuando lo necesito… Sé que esto no es eterno,mi padre ya anda por los 73, pero de lo que quiero hablarte es de cómo debes luchar para no sentirte excluida o inútil como tú dices…No debes nada a nadie,repito, así que si tienes la suerte de tener un techo y algo que llevarte a la boca,no vas de las peores y conforme está el mundo laboral,mejor hacer absentismo,hasta que se den buenas condiciones: tú créetelo que no trabajas porque nada te convence,no porque seas inútil,cosa que aunque no te conozco,te aseguro que no lo eres y debes encontrar actividades que te hagan sentirte entretenida y si es divertida,mejor: lo que sea….en mi caso me contento saliendo a andar acompañado o no o doy una vuelta en mi scooter,acudo al teatro o alguna actividad en asociaciones contra el capitalismo o que trabajan por mejorar el medio ambiente, escuchar música o mejor componer canciones con mi guitarra también me llenan,en resumen,debes encontrar actividades que te mantengan viva y no dar vueltas a la cabeza por tu futuro,como en la película v de Vendetta,debes perder el miedo y afrontar el día a día organizandote y decidiendo la siguiente actividad pues es muy importante estar en movimiento, aunque también puedes aprender a concentrarte y quedarte quieta sin pensar en nada, relajadamente:el tiempo va a pasar igualmente y es mejor que te encuentres serena a que estés frustrada por ello, así que acepta tu situación y trata de ocupar tu tiempo en lo que mejor te parezca.

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