Cada habitante de este microcosmos (la unidad de agudos de Psiquiatría) merecería unas líneas. Pero uno de ellos destaca especialmente. No solo por él mismo, sino debido a la relación que tenemos. Durante este encierro, no soy únicamente E.V. Gracias a él, soy también Cat-Woman. Le ayudo a combatir el mal y salvar la ciudad. Además, en algunas ocasiones también ejerzo como su secretaria. Este especial papel que me ha otorgado no ha sido gratuito, sino que es producto de nuestra buena relación. Desde el principio me acerqué a él con naturalidad, sin miedo a conocer “su” mundo. O eso creo. Él encarna, como todos nosotros, la imagen de “loco-zombi”. Pero también representa al “otro diferente”, una alteridad que algunas personas prefieren evitar. Ya sea por miedo, o por no saber cómo abordarle. Porque él vive de una manera distinta. Delirios, psicosis… así lo denominan en la institución sanitaria.
Al ingresar por primera vez en Psiquiatría, una no sabe bien cómo “estar”, ni cómo ni con quién relacionarse. A diferencia de otras plantas, donde cada paciente suele permanecer únicamente en su cama o habitación, aquí ocurre casi lo contrario. Suelen “obligarte” a salir de la habitación, a ocupar los espacios comunes (siempre que no estés atado a la cama, claro está). En esta unidad de agudos se mezclan los “psicóticos” con otros “no psicóticos”. Si es tu primer ingreso y entras con la concepción del “psicótico” como una persona potencialmente agresiva o inabordable, posiblemente tratarás de esquivarles y alejarte de ellos. (Sí, el miedo a la alteridad desconocida también opera en este lugar, como en muchos otros ajenos a la salud mental). ¿Cómo podrías tratar con una persona que parece hablar sola?, ¿o con alguien cuya carta de presentación es que es el hombre más guapo del mundo, el creador de Youtube, que ha mantenido sexo con doscientas cincuenta mujeres…?, ¿o con un paciente que pide a los enfermeros que, por favor, le aten a la cama porque está muy estresado?
No pretendo considerarme una excepción, pero yo no evito el contacto con estas personas, sino que lo busco activamente. Incluso desde el principio. No sé si se debe a mi formación antropológica o a mi congénita fascinación por lo extraño, diferente o raro. El caso es que trato de relacionarme con naturalidad con todas las personas que aquí convivimos, e intento aprender cómo construir esa naturalidad en el trato con el que vive “otra realidad”. Algo importante que he aprendido es que la peor manera de dialogar con estas personas es cuestionando o negando lo que dicen, intentando hacerles “entrar en razón”. Es decir, tratando de arrastrarles a “tu” realidad (la “verdadera”) y negando “su” realidad (la “falsa”, por psicótica). Llevar la contraria puede activar una actitud agresiva o provocar un enfado. Sin embargo, si te detienes a escucharles y a “normalizar” su discurso, puede que recibas el precioso regalo de hacerte partícipe de “su” realidad”. Ese fue el regalo que me hizo uno de mis compañeros de planta.
Él es un chico muy especial. Posee varias personalidades, según la ocasión lo requiera. Normalmente es Magneto, pero otras veces se presenta como Nabucodonosor, como “el elegido”, como el caballo negro… Mi amigo tiene un ojo biónico, un rayo en la frente y una luna en la mejilla (como se podría ver en un improvisado retrato que le hice). Le cuesta permanecer quieto en un mismo lugar durante mucho tiempo, suele ir de un lado para otro escuchando música con sus auriculares. Casi siempre con una sonrisa, casi siempre de buen humor, casi siempre en movimiento. Sin embargo, la medicación frecuentemente le priva de su tremenda energía. Se mueve mucho igualmente, pero a un ritmo pausado, con los ojos entrecerrados, con un paso irregular y adormilado a pesar de estar de pie. A pesar de lo mucho que le gusta comer, en un par de ocasiones le he visto dormirse sobre uno de los platos de comida.
Mi amigo Magneto tiene cierta “predilección” (bueno, sí, obsesión) por el número 219, le fascina la fórmula E = mc2. Plenamente convencido de que su mente va a una velocidad superior que la del resto, asegura que es imposible seguirle. Es religioso, no demasiado tolerante con el ateísmo, pero prioriza la bondad de la persona sobre las diferencias en cuestiones de fe. A pesar de que en el “mundo exterior” habría sido improbable (diría incluso que imposible) encontrarnos y mantener contacto, aquí nos hemos hecho amigos. Incluso decía considerarme la mejor amiga de todas.
El primer día que me dieron permiso para salir a la calle por la tarde (acompañada, por supuesto) coincidió con su cumpleaños. Él es un fanático del fútbol, así que aquél día me fui a comprarle un balón de fútbol “oficial” que sabía de antemano que él deseaba. Pocas veces me ha hecho tanta ilusión hacer un regalo a alguien. Él no tenía balón de fútbol y no procede de una familia rica precisamente. Al dárselo me emocioné por su ilusión (aunque pronto requisaron el balón porque no se permite este ni muchos otros objetos). Minutos después me levantó la camiseta por la parte de la espalda preguntándome si me habían pinchado, pues estaba convencido de que lo habían hecho. Igualmente, me pidió que observara su espalda para comprobar que le habían pinchado. No sé si mi negativa le tranquilizó, pero pronto olvidamos el tema de los pinchazos. Aunque no supe nunca qué tenía en la cabeza él en ese momento, reconozco que con ese tipo de gestos me sentía más unida a él, a su mundo. Como su insistencia en que nunca me olvidara de ponerme el reloj para que no nos controlaran, y en llevarlos siempre sincronizados.
Fue el propio Magneto quien bautizó a mi otra amiga como Fénix. Ave Fénix, que resurgía siempre de sus cenizas. Mientras nosotras contemplábamos uno de los hermosos atardeceres, Magneto se unió a nuestro “momento contemplativo”. Nos explicó que era él quien creaba esas bellas figuras en el horizonte rosado. “Mirad, mirad, ¿lo veis?, ¿veis cómo lo hago yo?”. Claro que sí, ¿cómo íbamos a dudar de quien nos había renombrado para incluirnos en su maravilloso mundo? Lo malo es que su realidad, en algunos momentos, desbordaba a los trabajadores de la planta. Por eso de vez en cuando le ataban a la cama. En una ocasión, mientras escribía tumbada en la cama de mi habitación, le escuché gritar enérgicamente. Otra vez… otra vez le han vuelto a inmovilizar. Llamaba desesperadamente a los psiquiatras, para pedir que le desataran. Yo salí de mi habitación y, aunque su puerta estaba cerrada (¡para colmo!), la abrí para entornarla. No está permitido entrar en las habitaciones de los demás, por lo que me quedé en la puerta, desde donde ni siquiera podía verle la cara, solo de cintura para abajo. Únicamente traté de explicarle que en ese momento no había ningún psiquiatra y no le podían escuchar y que yo no podía concentrarme en mi escritura si él gritaba. Le hablé de sus sobrinos para distraer su atención, a quienes me había presentado y él les quería con locura. Se calmó mucho. Me quedé un ratito hablando con él. ¿Cómo podían inmovilizar en la cama a una persona tan afable? ¿No han aprendido los trabajadores de esta planta lo que yo aprendí simplemente acercándome a él con naturalidad? #0contenciones
Categorías:Narraciones
Creo que compartimos fascinación por las realidades diversas. Hace años tuve un cliente en el bar que tenía esquizofrenia paranoide. Me fascinaba completamente y parecía que yo era la única persona que se detenía a hablar con él de verdad y a escucharle. Él me regaló su maravillosa amistad durante años hasta que él terminó ingresado, yo fuera de la ciudad y nunca jamás volví a saber de él.
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Cierto. Es curioso cómo lo que a unos les produce miedo o rechazo, a otras personas les atrae o fascina. Me alegro de que estemos en el mismo bando.
Mi amigo se fue a vivir al extranjero, aunque después,del ingreso nos vimos alguna vez. No sabes la alegría que sentí al saber que estaba bien cuando me hice facebook (hace un par de meses, creo que en abril). No hablamos mucho, porque es difícil por ahí, pero solo con saber que está bien, me contento.
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La clave la diste al inicio.Con naturalidad.Peor es escuchar y hablar con algún/a fantasmón ” cuerdo”.Eso de la fascinación es una auténtica gilipollez que a veces,esconde ese complejo de superioridad que solemos tener los cuerdos ante los locos.Simplemente es cuestión de maneras de ser,de entender lo lógico,que cada cual y cada cosa es una realidad diferente y no por eso incompatibles.
Tb me jode un poco eso que puede parecer fascinación ante los sicóticos y que nos hace hablar de ellos como si fuesen piezas de museo o de circos.Los paranoides y todos esos que no deliran pero si se fugaron de su realidad son gente sensible,muchas veces gente como tú,como el como yo que expresa su sufrimiento de otra manera.
Discúlpame pero me repatea esas diferencias.
Se me considera cuerda y jamás me he acercado a nadie con algún transtorno mental de una manera diferente a otra.Si tengo que reírme a carcajada de alguna locura,lo hago y si tengo que mandarlo a la mierda tb.Al igual que una charla,un paseo o un café
Me mataba ,me cabreaba y no consentía condescendencia ni diferencias con él,porque me parecía que era una falta de respeto ,así hasta hoy .
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Me viene otra cuestión que igualmente me enfada,siempre es más llamativo y parece que es mejor y tal hablar de gente que padece esquizofrenia paranoide.Pero nadie se ocupa ni preocupa de esos otros muchos que están en tierra de nadie y que ni siquiera el sistema sabe tratar,bueno menos aún que a los demás y hablo del diagnostico ( abreviado) de esquizofrenia diferencial.Nunca aprendí el nombre completo porque me dio la intuición que es la etiqueta que se les pone a esa gente “difícil”:afables,callados,casi mudos,capaces y autónomos pero incapaces de mantener relaciones sociales porque nadie somos capaces de comprender ,entender y ayudar
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