Faltan cinco minutos para que empiece la reunión de empresa. Rodrigo es el primero en llegar. Sentado en una de las sillas de la diáfana sala de reuniones mueve las piernas con nerviosismo. Intercala miradas impacientes a su reloj de pulsera y a la puerta. Pasados unos minutos entra Manuela. Se saludan sin contacto físico y ella se sienta a su lado. Le dedica una sonrisa y, a continuación, le coloca el cuello de la camisa. Él frunce el ceño. “Siempre igual” –piensa– “Salta a la vista que padece un Trastorno Obsesivo compulsivo”. Ella fracasa al tratar de entablar una conversación informal. “Además de su fijación constante con la colocación del cuello de mi camisa, está obviamente obsesionada conmigo. Si cedo tan solo un minuto de conversación daré rienda suelta a su trastorno”.
A continuación entran dos compañeros de trabajo. Saludan como de pasada mientras continúan su charla. Uno de ellos es bastante grueso aunque lleva una dieta bastante saludable. “Ahí está el que tiene hipotiroidismo, ¿por qué diablos sigue sin hacerse las pruebas?”. El otro se lleva una mano a la cabeza con una expresión de pesadez en la cara. “Y ahí el que sufre de migrañas. Posiblemente, con aurea. Incluso podrían ser neuralgias del trigémino. Debería consultar a un neurólogo”. Al escuchar que el hijo del de los problemas de tiroides se ha resfriado, Rodrigo interviene: “Con seguridad se ha contagiado del coronavirus, pues he escuchado que cerca de donde vives ha habido casos…”. Los dos hombres le dirigen una brevísima mirada, el gordo le contesta: “Ya, ya… Seguramente”. Y continúan su conversación ignorándole. Rodrigo arquea las cejas a modo de incomprensión y tiene un primer impulso de buscar complicidad con la mujer del TOC. Pero se reprime. “No la mires, Rodrigo, reforzarás su trastorno”.
Aparecen los tres últimos trabajadores que faltan, sin contar con la jefa. Saludan a los presentes, evitando dirigir la mirada a Rodrigo. Se sientan y permanecen en relativo silencio, intercambiando de vez en cuando alguna palabra de poco interés con los demás. Son dos mujeres y un hombre. “Precisamente se me ha tenido que sentar al lado la otra trastornada, la bipolar”. Rodrigo se revuelve incómodo en su asiento y la mira preguntándose si hoy estará depresiva o eufórica. La mira con cierto disimulo y rostro tensionado. Los músculos se relajan cuando en ella se dispara una risa estridente ante un comentario de la otra compañera. “Hoy está maníaca” –sentencia. La compañera sentada al lado de la bipolar le preocupa especialmente a Rodrigo. Él sabe que tiene cáncer, pero no se ha atrevido a revelárselo. Hace meses vino al trabajo con fiebre y ha adelgazado mucho en poco tiempo. Por no hablar de su vicio con el tabaco. “Cáncer de pulmón, no hay duda”. El hombre que entró con ambas mujeres porta un colgante de una cruz en su cuello y Rodrigo suele observar cómo reza cada mañana. “Es el esquizofrénico, oye voces y cree que habla con Dios. Seguramente piense que él mismo es Dios”.
Dado que los asistentes no parecen muy interesados en hablar con Rodrigo, este se levanta para estirar un poco las piernas. Se acerca a una ventana y contempla su reflejo. Observa a un hombre de complexión fuerte, bien afeitado y con el pelo bien engominado. “Ese es un hombre sano” –piensa con una media sonrisa. Por fin llega la jefa y Rodrigo corre a sentarse a la vez que ella.
-Buenos días. La reunión de hoy será breve. Os he convocado para hablar del problema de Rodrigo.
-¿Mi problema? –Rodrigo hace una mueca de incomprensión, se sacude la cara aturdido. El resto del grupo asiente con timidez. Es el centro de todas las miradas que antes le eran esquivas.
-Sí. Hemos llegado a la conclusión de que eres un hipocondríaco a la inversa.
Rodrigo guarda silencio. Ya no se salva nadie, incluso la jefa es psicótica. “¿Será esquizofrenia paranoide o esquizofrenia hebefrénica?”.
Categorías:Narraciones, Relatos
“Hemos llegado a la conclusión de que eres un hipocondríaco a la inversa”… sutil. Algún día voy a explayarme con vos. Por pura gana y empatía. Abrazo.
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