Vínculos en la planta de Psiquiatría

He estado tres veces ingresada en la Unidad de Agudos de Psiquiatría. He disfrutado mucho, en ocasiones tanto que he acabado a carcajada limpia. Risas cómplices, contagiosas… En alguna ocasión han tenido que venir desde Control (a 36 pasos, contados, de la sala común en la que solíamos encadenar risas) porque “se me oía demasiado”. Quizá he tenido mucha suerte con las personas con las que he coincidido en los ingresos, pero se combinaba con  mi obvia predisposición a aprovechar este espacio y estas gentes. Ya mencioné en otro de mis escritos (pinchar aquí) cómo un titular como es el de “¿Sabe usted sexar un pollo?” puede desembocar en una disparatada secuencia de risas e ideas cada cual más absurda.

Es cierto que no todo el mundo ha vivido igual el ingreso en Psiquiatría. Algunos amigos cercanos o simples conocidos, con los que no coincidí dentro, me han insistido en lo horrible de su experiencia. Sin relacionarse con nadie, pasándolo realmente mal. No es mi caso. Ni pretendo hablar por esas personas. Sin embargo, creo que los lazos sociales dentro del ingreso son una de las claves que hace que lo vivas de una u otra manera.

Al fin y al cabo, la planta de Psiquiatría está plagada de vínculos. Y no solo como los espontáneos y cómplices a los que me he referido al principio. Por eso me gustaría dedicar un breve escrito a algunas de las distintas “clases” de vínculos sociales que pueden (o no) darse en la planta de Psiquiatría.

1.Relaciones espontáneas entre pacientes

Siempre he encontrado personas ávidas de conversación y agradecidas de una buena charla. Una “buena charla” no implica profundidad, temáticas enrevesadas ni nada fuera de lo común. Sino una comunicación cómplice, natural, sincera… y que contenga ciertos guiños que te saquen alguna sonrisa a lo largo del día. Estos vínculos espontáneos dependen mucho del perfil de los pacientes que habiten la planta. Influye mucho la edad de los pacientes. No tanto si están abiertos a contar “su secreto”. Pero si te confían su historia, se añade un plus de complicidad y espontaneidad.

En el primer ingreso coincidimos muchos pacientes jóvenes. Yo bajaba de la UCI con una extraña euforia que fue retroalimentada por la de otra paciente (etiquetada de “histriónica”). También coincidimos Magneto (pinchar aquí) y Fénix (pinchar aquí), mi amiga anoréxica (pichar aquí), y otras personas sobre las que no he escrito pero que también formaban parte de aquél grupo. Una jovencita, ya etiquetada como TLP, que dibujaba de forma espectacular, una mujer mayor (bipolar) a la que animábamos a unirse con nosotras a colorear mandalas, una chica con esquizofrenia paranoide que se dejaba abrazar porque estaba convencida de que tenía una infección contagiosa. Me dejo a personas… no se trata de mencionar a todas ellas. El caso es que se creó un vínculo espontáneo. Sistemáticamente nos reuníamos en los tiempos de ocio, a veces con música de radio de fondo. Mientras algunas hablábamos, otras coloreaban…. y también había quienes se arrancaban  bailar. Incluso a aprender sevillanas, ¡aunque nadie les enseñara!

En mi segundo ingreso no había tanta gente joven. No era malo, simplemente era un grupo algo distinto. No daba tanto pie al desparrame festivo que disfrutamos en el mítico primer ingreso. Encontré, en cambio, cierta complicidad con una mujer “esquizotípica” de cincuenta años. Debido a la medicación, supongo, hablaba bajo y no vocalizaba demasiado bien. Pero me acostumbré a su forma de hablar. Porque tenía una historia fascinante que contar. También coincidí con otra mujer que, a su edad (cuarenta y tantos), había sufrido su primer brote psicótico. Por eso acabó allí. Las tres nos solíamos sentar en la misma mesa y, aunque yo entendía igual de mal a nuestra amiga esquizotípica, cada vez que esta hablaba, mi otra amiga me miraba y  siempre me repetía “¿Qué ha dicho, qué dicho?”. Yo me veía en la absurda situación de hacer de traductora de algo que yo misma había entendido a medidas. Equidistantes, pero no le pedía a ella que lo repitiera, sino a mí. Se excusaba bajo una supuesta “sordera selectiva”, que reconocía ocurrirle únicamente con nuestra compañera de mesa. Con la cual, por otra parte, yo podía hablar largo y tendido de música clásica, cuya cultura me fascinaba.

Con la otra, la de la “sordera selectiva”, solíamos observar desde la distancia otra (supuesta) relación espontánea. Como ella decía, “Esto solo pasa en la Planta de Psiquiatría”. Se trataba de un hombre ingresado voluntariamente para desintoxicarse del alcohol y una extraña chica. No me atrevo ni quiero definirla ni etiquetarla. La cuestión es que no pegaban ni con cola. Él solía estar sentado en un sillón del pasillo con un libro y ella se sentaba a hablar con él. Como esta relación pareció consolidarse, pensábamos en ella sonriendo y sorprendidas. Por lo visto, no era lo que parecía. El hombre empezó a recluirse en la habitación. Un buen día, aprovechó la ausencia de la chica (a la que sacaron para hacer alguna prueba) para decirles, desesperado, a las enfermeras, que se sentía acosado. Que ya no salía de la habitación. Que por favor hicieran algo.

 

2.Vínculos intencionadamente “creados” para crear lazos sociales

Mi último ingreso no hubiera sido lo mismo sin F., un hombre muy especial. Con él aprendí mucho, me reí tanto como con todos los del primer ingreso juntos. Aquí únicamente mencionaré un pequeño episodio que demuestra la intención de crear un vínculo que no se da de manera espontánea. Os lo contaré tal como lo viví yo.

Raro en mí, yo me encontraba en mi habitación descansando (¿o aburrida?). El caso es que desde allí escuché a alguien pedir en el Control un orinal. No reconocí la voz, ni reparé demasiado en la petición. No me pareció fuera de lo común. Al cabo de un rato, aburrida de estar en la habitación, salí a pasear por el pasillo. Me encontré con mi amigo F., quien se paró a hablar conmigo, absolutamente excitado. Me contó que le habían cambiado de habitación con “el señor J.” (un tipo peculiar, que merece un capítulo aparte). Por lo visto, su nuevo compañero de habitación utilizaba orinal. Al descubrirlo, mi amigo F. tuvo la gran idea de solicitar otro orinal en Control. Él nunca había necesitado uno, pero su pretensión era forzar así una socialización, crear un vínculo social entre ellos. Crear un punto de unión. Si pudierais escuchar el tono y su ilusionada explicación de la petición del orinal…

Seguro que hay maneras intencionadas de crear vínculos sociales con otros pacientes (y que no rayen el acoso, como el caso mencionado arriba). Pero esta es la más curiosa, la más sorprendente y extravagante con la que me he encontrado hasta el momento. Sin embargo, la historia no acaba aquí… Nos separamos durante un rato, cada cual a sus quehaceres. Él a crear vínculo con el orinal. Yo… no sé haría… pero me manejaba mejor con la espontaneidad.

Cuando me le volví a encontrar en el pasillo, la ilusión había mutado en preocupación. “¿Pero qué ha ocurrido?” El plan del orinal para crear vínculo con “el señor J.” parecía perfecto. ¿Qué podría haber pasado? Con un gesto apenado, poco frecuente en él, me confiesa el chasco que se ha llevado al descubrir que la puerta de su baño está cerrada con llave. Claro, porque su compañero es algo más mayor que él, de ahí el orinal… “Bueno, pero tú ahora tienes orinal también, ¿qué problema hay?”. “Es que no es lo mismo tener el orinal para crear un vínculo que… encontrarte el baño cerrado”. Las enfermeras le abrirían la puerta del baño cuando quiera utilizarlo. Pero yo misma sé por experiencia lo molesto que es esta situación. Cuando yo tenía cerrada la puerta del baño por “protocolo antisuicida” y debía pedir que me la abrieran (y, además, hacer lo que fuera con una enfermera o auxiliar observando), resultaba un auténtico engorro. Le comprendo. Le insisto en que tiene el orinal. Pero no le consuela. De cien a cero en un instante. No sé si llegaron a intimar demasiado, pero desde luego él lo intentó.

3. Afectos «prohibidos»: mirada heteronormativa del equipo sanitario

Soy una persona afectuosa. Creo. Y sobre todo con quienes me llegan de manera especial. Si habéis leído algo sobre mi relación con Magneto, sabéis que es una persona muy significativa para mí. En una ocasión, le abracé en el pasillo. Inmediatamente, uno de los celadores (con el que me llevaba especialmente bien) me llamó la atención. Advirtiéndome, negándome que aquello fuera adecuado. Entre Magneto y yo (era obvio para todo el mundo) nunca habría habido nada sexual. Me acerqué a hablar con el celador porque no entendía qué ocurría. Me dijo que lo decía por mi bien, por si acaso él… Mira que yo tengo en estima a este celador, pero no compraba su advertencia… Ya en ese primer ingreso pregunté: “¿por qué puedo dar un abrazo a mi amiga E., y no a Magneto?”. No siguió la conversación. Únicamente insistió en la advertencia. Vaya peligro… ¡no daba crédito! En fin. Los abrazos entre personas del mismo sexo, en concreto, mujeres, no eran infrecuentes. Y a nadie se advirtió de supuestos peligros. Pero en ese momento no reparé mucho más en ello.

Fue durante mi tercer ingreso cuando tuve ocasión de reflexionar más sobre este asunto. Hicimos cierta amistad una chica, M., otro chico, A. y yo. Después este trío se evaporó por varias circunstancias. Una de ellas fue que apareció mi amigo F., al cual  M. no soportaba. Pero otra fue que yo estreché demasiado el vínculo con A. Se da el caso que tanto M. como yo somos bisexuales. Y también que en alguna ocasión nos hemos abrazado. Por otro lado, con A. también me he abrazado. Sin embargo, los profesionales únicamente “veían” los abrazos entre hombre-mujer y nos llamaban la atención. Yo protestaba diciendo que también me abrazaba con M. y lo permitían. Se excusaban alegando que “no nos habían visto”, pues de haberlo hecho “también nos habrían llamado la atención”. ¿Me tomaban por tonta? En fin…

Esto de los abrazos fue al principio. Pero al final sí, tuve un pequeño lío con A. En un principio aprovechábamos los “ángulos muertos” de las cámaras para que no nos pillaran. Finalmente, uno de los enfermeros, sonriendo, nos pilló en vivo y en directo. A él le regañaron mientras que a mí me dejaron salir de permiso. Fue a la vuelta de mi permiso cuando una enfermera, que conocía desde el primer ingreso, me “regañó” en la sala de las taquillas. Me reprochaba que yo sabía perfectamente que las normas no permitían «eso». No tuve otro remedio que pedir una lista completa de las normas, porque hasta ese momento no tenía constancia de que aquél tipo de vínculo estaba prohibido. De hecho, las normas de la planta las iba aprendiendo un poco sobre la marcha. Y, como ella bien sabía, en ninguno de los dos anteriores ingresos me había liado con nadie, ¿cómo podía saberlo?

Lo que más me sorprendió fue que la tajante sanción por parte del profesional de enfermería contrastaba con la opinión de la psicóloga de la terapia grupal. Quien, después de una de las sesiones, se me acercó amistosamente diciendo “Oye, me he enterado de una cosa…”. Le pedí, por favor, que no necesitaba más advertencias ni avisos… que tanto enfermeras como mi psiquiatra ya me habían llamado la atención. Sonriendo, comentó que ella no lo veía igual, que “se alegraba de que me hubiera echado novio”. (¿Novio? En fin). En todo caso, dejó claro que ella lo veía como algo positivo, que en enfermería tenían que lidiar con esta situación para que «no se les fuera de las manos», pero que a ella le parecía fenomenal.

Aquí cada cual… Pues eso… Normas, opiniones…

De los ángulos muertos, la cosa se fue de madre y acabamos besándonos en una sala. No solo delante de las cámaras, sino de otros compañeros. Al principio yo era reticente, pero luego pensé “¿Qué pueden hacernos?, ¿echarnos?”. Al cabo de un rato, aparecieron un celador y la enfermera y auxiliar del turno de noche. “¡Veis! Y así llevan un rato”, soltó el celador como enfadado. A él le encerraron en la habitación. A mí, con mi historial de buena paciente, me volvieron a advertir sobre que sabía que “no se podía”, y yo traté de justificar lo injustificable. En realidad, había tensado la cuerda, a ver qué pasaba. Y no pasaba nada. Una conversación al día siguiente con la supervisora de las enfermeras. Una prohibición de tocarnos. En fin. Ya no había más normas que violentar.

Lo que sigo sin entender, porque no me dieron explicación alguna, era el motivo de la norma. Que es lo que me saca de quicio. Las normas sin explicación. Respeto las normas que entiendo y veo justificables y razonables.

Al margen de si tiene sentido o no esta norma (para muchos de vosotros tendrá sentido), lo que desde luego veo claro es que existe una visión heteronormativa hacia los vínculos entre los pacientes. Obvian, “no ven” (porque no son relevantes para ellos) las muestras de afecto entre personas del mismo sexo. Cuando yo he mostrado mi afecto muchísimas veces a mujeres: a Fénix, a mi amiga anoréxica, a otras chicas… Y… a M. Es heteronormativa porque se rigen por la idea de que la “norma” es que todas las personas allí somos heterosexuales. Curiosamente, como he indicado, M. y yo somos bisexuales. Pero no pasaba nada por darnos abrazos. Porque su visión únicamente está entrenada para detectar posibles afectos heterosexuales. Y, además, ella me contó que en su primer ingreso una chica entró en su habitación y le dio un beso. Eso nadie lo vio. Si yo entro en la habitación de un chico, mil ojos heteronormativos caerán sobre mí. Incluso si yo fuera lesbiana.

 

4. Vínculos con el personal sanitario

Cuando eres una paciente «reincidente» y sociable, el equipo de enfermería te conoce. En mi segundo ingreso, que bajé de la UCI con un problema urinario preocupante por el que me negaba a beber agua, una de las enfermeras me sacó del comedor y me trató recordándome perfectamente. Es una de las pocas personas que no recuerdo en absoluto. Ni su nombre ni mi trato con ella. Pero con el resto del personal (salvo los nuevos o los que se han ido), tengo una buena relación. Puede que este buen trato y mi fama de «buena paciente» amortiguara el episodio del último ingreso, desafiando abiertamente la norma que prohibe los… ¿besos?, ¿afectos?

En todo caso, el personal de enfermería me conoce perfectamente. Sabe que no había sido (hasta aquél último ingreso) problemática. En el primer ingreso, incluso, la enfermera que me dio el alta enfatizó que había ayudado a muchas personas allí dentro. Pero que debía centrarme más en mí misma a partir de mi salida del hospital. Llevaba razón. En ello estoy desde entonces.

No me avergüenzo de mi historia, pero ante ellas no me parecía lo mismo ingresar por intentos de suicidio desde la UCI que por el motivo del último ingreso. A pie, de manera voluntaria, para desintoxicarme de la cocaína. Después de 20 mg de zyprexa bucodispensable, mis latidos iban a 155 por minuto. Por lo que me hicieron un electro y descubrieron uno de los «objetos prohibidos», un pendiente en el pezón. Que me ordenaron quitar de inmediato. «Me conocéis, sabéis que no hago tonterías…». No me permitieron explícitamente dejármelo puesto, pero no me volvieron a exigir que me lo quitara. Creo que ese tipo de cosas se consiguen porque te conocen, saben quién eres, qué tipo de persona (antes que paciente) tienen delante…

El último día apareció el celador V., por el que últimamente me preguntaba si ya no trabajaría allí. Al verle, le pregunté «¿Te acuerdas de mí?», «¿Pero cómo no me voy a acordar de ti?». Le comenté que justo llegaba el día en que me daban el alta, me iba… «Eso será si yo quiero, que soy el que abre. Tendrás que hacer méritos». Esto dio para bromear y divertirnos un buen rato. Es agradable que la gente se acuerde de ti. Y todavía más que entre profesionales y pacientes pueda establecerse, también, cierto vínculo.

 

Quizá echéis en falta un apartado sobre el vínculo entre psiquiatras y pacientes. No puedo evitar, por vuestro bien (y por el mío), omitirlo. Merece otra entrada. Una… o varias. No siempre se van a colar en mis escritos. Espero no decepcionaros… Yo necesitaba un descanso, quizá vosotros también.

 

¿Mis vínculos os parecen extraños?, ¿os resultan familiares? En ocasiones echo de menos aquél microcosmos… mi burbuja de agudos… mis vínculos, mis personas… Os echo de menos. Espero no volver a ingresar. Pero siempre será una burbuja y no una cárcel. La cárcel sigue siendo la vida misma. De momento.



Categorías:Narraciones

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3 respuestas

  1. no tengo experiencia propia en centros oficiales de “reclusión” (solo como visitante… de cárcel y de psiquiátrico)
    pero me llama la atención lo del orinal: la búsqueda de vínculos o encajes a traves de “apuntarte a algo” o “meterme en alguna movida”. Y pienso en los diversos orinales que he conocido y que conozco: la política-orinal, el desfase-orinal, la cultura-orinal, el amor-orinal…: cualquier cosa que nos haga “mear de la misma manera”: que nos haga sentir una pertenencia, y en el fondo, un poco de calorcillo humano.
    agradezco y valoro mucho esta última entrada, señora autoetnógrafa.

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  2. Sí, algo tiene el mear juntos que une… Mi última compañera de habitación del último ingreso también fue meses después al Hospital de Día al que yo iba. Nos llevamos muy bien. Y, en ocasiones, en medio de la terapia grupal solía decir «Es que usar el mismo cuarto de baño une mucho…».
    Me alegro de que te haya gustado.
    Abrazos.

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  1. Sobre normas no escritas en la planta de Psiquiatría – Diario de una Autoetnógrafa

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