El TDAH es considerado en la actualidad el trastorno con mayor prevalencia entre los niños escolares. Este trastorno, como muchos otros, no existía antes de ser creado por el sistema psiquiátrico. Sí, está bien dicho: creado. No considero que las conductas o ideas sean, en sí mismas, patológicas o trastornadas. Sino que son construcciones socioculturales debidas al proceso de medicalización (que defino en esta otra entrada). Ahora existen niños trastornados o enfermos cuando antes había niños problemáticos, rebeldes o antisociales.
El TDAH es, probablemente, uno de los trastornos más criticados: se cuestiona desde la validez del propio trastorno, pasando por el sobre-diagnóstico, e incluso provoca pavor el tratamiento psicofarmacológico. Saltan todo tipo de alarmas porque estamos hablando, fundamentalmente, de niños. Un familiar cercano fue diagnosticado de Déficit de Atención y medicado en la pubertad… cuando en realidad lo que le ocurría es que se distraía con una mosca. Llamadme loca pero quizá el punto de mira haya que ponerlo en el sistema educativo y no en el niño… No puedo evitarlo, y mira que me repito… pero la medicalización es consustancial al neoliberalismo.
Aquí no entro en ningún debate acerca de si debe ser considerado un trastorno o no. Como antropóloga, el TDAH me interesa como un fenómeno sociocultural que existe de hecho. Mi perspectiva es que la construcción biomédica de un trastorno implica la configuración de subjetividades (en este casco, la desatenta e hiperactiva). Este proceso no es políticamente neutral, sino que tiene efectos de poder y capacidad de control. Entendiendo que:
Los procedimientos funcionan no ya por el derecho sino por la técnica, no por la ley sino por la normalización, no por el castigo sino por el control (Foucault, 2010). En este sentido, es a través de la autoridad para definir ciertas conductas, personas y cosas como el proceso de medicalización adquiere la forma de un control social (Conrad, 1992: 216).
LA CONSTRUCCIÓN PSIQUIÁTRICA DE LA (A)NORMALIDAD
El discurso del riesgo: la anormalidad como futurible
El discurso focalizado en el riesgo juega un importante papel como impulsor del proceso de psiquiatrización. Aunque los sujetos sean diagnosticados en el presente con el trastorno, es preciso, además, que se sometan a un tratamiento/medicación. De lo contrario, los sujetos tienen el riesgo de derivar en perfiles sociales anormales (repetidores escolares crónicos, delincuentes, adictos a drogas).
El DSM: los síntomas de la subjetividad desatenta e hiperactiva
Resulta inevitable dirigirse al DSM para conocer cómo la Psiquiatría construye el TDAH. Se produce lo mismo que Ángel Martínez (1998) señala en el caso de la esquizofrenia: se articula mediante las manifestaciones externas, ambiguas, a saber, los signos y síntomas. A través de esta codificación desaparece el propio enfermo (Menéndez, 1998).
1.Lo normal es lo frecuente/habitual: normalidad estadística
Criterio A: “un patrón persistente de desatención y/o hiperactividad-impulsividad, que es más frecuente y grave que el observado habitualmente en sujetos de un nivel de desarrollo similar”.
El TDAH aparecería como una distancia con respecto a un patrón de regularidad (lo frecuente). Pues lo patológico no es que el niño no preste atención o le cueste permanecer sentado en una silla, sino la frecuencia de estas conductas, que aparecen como desproporcionadas con respecto a los parámetros normales (habituales). En este sentido, nos encontramos ante una construcción de una normalidad estadística.
2. Lo normal es lo normativo
Criterio C: “Algún problema relacionado con los síntomas debe producirse en dos situaciones por lo menos (por ejemplo, en casa y en la escuela o en el trabajo”.
Criterio D: “Debe haber pruebas claras de interferencia en la actividad social, académica o laboral propia del nivel de desarrollo».
Lo normal es lo que se considera que se debe hacer o ser. Los criterios diagnósticos C y D aluden a situaciones sociales en las que los sujetos no se comportan como deberían.
3. Lo normal es lo adaptado
Aunque no aparezca explícitamente en el manual, el sujeto con TDAH aparece concebido como un sujeto disfuncional, cuya capacidad de adaptación al entorno (social) se ve alterada. La falta de adaptación parece funcionar como un dispositivo ideológico que neutraliza, naturaliza una serie de valores/normas sociales. Como indica Taussig (1995), la “falta de adaptación es un concepto puramente normativo” que contribuye a la reificación de las relaciones sociales.
He ofrecido tan solo unas pinceladas, una breve síntesis de la construcción psiquiátrica del trastorno. He sugerido diversos modos en que lo normal / no normal pueden inferirse de la descripción psiquiátrica del trastorno. Analizada desde este ángulo… ¿No os da la sensación de que la definición médica nos obliga a salir de la clínica y mirar a la sociedad? ¿No sospecháis de su aparente neutralidad política? Mmmm… yo sí. Es más: propongo que la construcción psiquiátrica de la subjetividad desatenta e hiperactiva constituye un dispositivo ideológico que oculta ciertas dinámicas sociales. Es como si trastornando a las personas se pudiera domesticarlas… Es en este sentido en el que la Psiquiatría se puede entender como un sistema de poder y control social.
¿Qué aspectos sociales están en juego?
1. En una sociedad capitalista, las escuelas son fundamentalmente lugares de formación de fuerza de trabajo, son productoras de sujetos que venderán su trabajo en el mercado laboral. Desde esta perspectiva, tendría sentido pensar en una mayor valorización de aquellas asignaturas orientadas a la productividad (matemáticas, lengua) sobre otras (arte, gimnasia). Que el niño con TDAH exprese sus síntomas preferentemente en el primer tipo de asignaturas da pistas sobre la subjetividad que se pretende construir… De hecho, en el propio DSM IV se indica que los síntomas del trastorno pueden no aparecer en determinadas situaciones, como cuando los sujetos están «en una situación nueva, dedicada a actividades especialmente interesantes». ¿No suena a cachondeo?
2. Por otro lado, se puede interpretar el TDAH como un caso de las nuevas formas de gobierno basadas en la «auto-dirección», en un «auto-gobierno» (Lakoff, 2000: 166). Una forma de que las personas (niños, en este caso) interioricen la norma social hasta tal punto que sea innecesaria una norma explícita. Incorporar la norma social se consigue perfectamente produciendo subjetividades domesticadas, normativizadas… ¿No os parece una genial forma controlar y ejercer poder sobre las personas? Como si lleváramos un chip incorporado que nos hace funcionar (ser, sentir, estar, actuar) tal y como el modelo social requiere.
Ambos aspectos sociales apelan a la necesidad de un trabajo disciplinario sobre el cuerpo del niño para que éste incorpore la normatividad social, ya sea a través de actividades extraescolares (como el kárate), o a través de un sistema estricto de cumplimiento de horarios basados en recompensas. Tuchman (1996) establece una analogía entre ese sistema (presumiblemente) basado en metas negociadas entre padres e hijos y las técnicas taylorianas de control. Una interesante reflexión que ejemplifica cómo las respuestas familiares al trastorno están también vinculadas al contexto social.
DIAGNÓSTICO-ETIQUETA: EFECTO LABELING
Las clasificaciones psiquiátricas generan etiquetas que pueden tener repercusión en el modo en que los sujetos viven y se autoconciben, como propone la teoría del labeling. En algunos casos, el auto-etiquetamiento por parte de adolescentes diagnosticados puede incrementar el estigma (Singh, 2011). Pero en otros casos se hace un uso estratégico de la etiqueta de modo que aumenta la agencia del niño. Singh explica cómo algunos niños en el Reino Unido utilizan el diagnóstico de un modo «prosocial» para evitar peleas y proteger a sus amigos.
Aunque útil, la teoría del labeling (sobre todo la que pone énfasis en el self-label) presenta algunas dificultades a la hora de aplicarse al TDAH en la medida en que podemos encontrarnos frente a lo que Hacking (1995) denomina «tipos inaccesibles», a saber, sujetos que no son conscientes de su etiqueta. Esto ocurre cuando el niño es demasiado pequeño o cuando los padres ocultan el diagnóstico al niño. Sin embargo, podría aprovecharse la teoría del labeling para reflexionar sobre los efectos del diagnóstico sobre los padres. Ya que la creación de una etiqueta diagnóstica (un «tipo humano», en términos de Hacking) a través de una causalidad genética o cerebral posibilita una desculpabilización de los padres: dado que la causa es biológica, los padres pueden construirse a sí mismos y ser percibidos por los demás como no responsables de la conducta del niño.
DEL TDAH A NUESTROS PROPIOS TRASTORNOS
No sé si tal vez alguien esté pensando… ¿y a qué viene ahora este rollo sobre el TDAH?, ¿esta no había sido diagnosticada como TLP? Ya expliqué hace tiempo mi compleja relación con la etiqueta-diagnóstico: «No me pasa nada», pero… necesito un diagnóstico. Después de muchos años de sufrimiento sin saber por qué y sintiendo que «no me pasaba nada», y a pesar de mi rechazo intelectual hacia las etiquetas-diagnósticos, llegó un momento en que necesité aferrarme a algo que validara socialmente mi malestar. Lo logré mediante mi hospitalización en Psiquiatría (¡algo me pasaba si había acabado allí!) y aferrándome a un diagnóstico. Fue como una manera de decir al mundo, a mi familia, a mis amigos: ¿véis que realmente sufro?, ¿y que lo mío no tiene nada que ver con lo tuyo? De ahí mi desesperada entrada Instrucciones para “cuerdos”: tu sentido común no me ayuda.
Pero yo utilizo la etiqueta como quiero. Soy yo la que decide sobre mi locura y, además, mejor que yo no me conoce nadie. Igual que soy más o menos femenina / masculina en función de la situación social, también puedo ser más o menos trastornada / cuerda según el contexto o los interlocutores. Por ejemplo, saco mi etiqueta cuando desde la Sección de Personal subestiman mi situación y me dicen que «Yo también he pasado por una depresión, tienes que animarte». Utilizo el diagnóstico como guía para investigar sobre mis propias dinámicas mentales, y gracias a ello he aprendido mucho por mi cuenta. Sin embargo, para convivir conmigo misma y avanzar hacia mi sanación, la etiqueta ya no me sirve. A este proceso de cambio en la relación que una misma mantiene con su etiqueta lo denomino la vida útil de la etiqueta-diagnóstica. Creo que reconocer cómo se posiciona una misma ante su «trastorno» ayuda a incorporar una actitud de empoderamiento, de autonomía en la auto-concepción.
TLP o no. Me da igual. Yo mantengo mi condición de trastornada, la reivindico como vía de escape social. Si no pude ser domesticada con la terapia psiquiátrica (¡Por fin veo el camino hacia mi recuperación! Psiquiatrizada en lucha, gracias a XarxaGAM), es porque existe algo en mí que se resiste a la despolitización de mi malestar.
Aunque mínimo y brevísimo, el análisis sobre el TDAH puede servir para percibir qué está en juego en la creación sociocultural de los trastornos. Y, en particular, en el trastorno con el que cada una carga. ¿Qué conceptos de normalidad – no normalidad están implícitos en mi etiqueta?, ¿qué dinámicas sociales esconde la medicalización de mi malestar?, ¿qué efectos tiene en mí la etiqueta?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Conrad, P. (1975). «The discovery of Hyperkinesis: Notes on the medicalization of deviant behavior». Soc. Probs., 23: 12-21.
Foucault, M. (2010). Historia de la sexualidad: La voluntad de saber. Buenos Aires, Siglo XXI.
Hacking, I. (1995). «The looping effects of human kinds». En Dan Sperber, David Premack y Ann James Premack, Causal cognition: a multi-disciplinary debate. Harvard University, Interlibrary Loan.
Martínez Hernáez, A. (1998). ¿Has visto cómo llora un cerezo?: pasos hacia una antropología de la esquizofrenia. Barcelona, Publicacions de la Universitat de Barcelona.
Menéndez, E. L. (1998). «Estilos de vida, riesgos y construcción social: conceptos similares y significados diferentes». Estudios sociológicos XVI, 46.
Singh, I. (2011). «A disorder of anger and aggression: Children´s perspectives on attention deficit/hyperactivity disorder in the UK». Social Science & Medicine, 73: 889-896.
Taussig, M. (1995). «La reificación y la conciencia del paciente». En Un gigante en convulsiones. Barcelona, Gedisa.
Tuchman, G. (1996). «Invisible Differences: On the Management of Children in Postindustrial Society». Sociological Forum, 11(1): 2-23.
Categorías:Auto-reflexión, Reflexión política
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